Las ciudades se han forjado por el esfuerzo de muchas generaciones que han contribuido desde diferentes vertientes y que la han impregnado de variados signos culturales.
Un rincón de ciudad, una plaza, un edificio no importando su estado de conservación, se constituye entonces en un referente o patrón arquitectónico-social.
Sustentar la memoria colectiva implica la protección del patrimonio cultural, no sólo como un objetivo deseable si no como una exigencia ineludible e irrenunciable.